#CopaOFI
De un Mundial al otro

El fútbol, la vida , el pueblo
Rómulo Martínez Chenlo
Que día raro ¿no? O no, raro no, conocido, pero ¿qué? No sé, extraño.
Desde que me levanté, tal vez por el mormazo, he estado puntual, y circunstancialmente en el partido.
Cuando fui al puesto, mientras me ponía mi gorrita y asomaba de ojotas al escandaloso asfalto, sentí que asociaba ese calor imponente con mis días de verano en Florida, con algunos días que no hace poco he decidido que se tratan de algunos de los mejores años de mi vida.
Sentí la sensación de que era un niño, o un muchachito y estaba yendo a hacer el mandado que abuela o Perla me habían pedido. Una cuadra y media después cuando ya estaba pidiendo lechuga y tomate, se me abalanzó la genialidad del Negro Fontanarrosa, y “La observación de los pájaros”.
¿Han leído o por lo menos escuchado ese cuento? Es una maravilla. Es que fue así, yo al igual que el protagonista del cuento hacía horas que en segundo plano estaba pensando en el partido. El lo hace mientras se juega, igual que el Negro, pero yo estaba como el guacho que fui, todo el tiempo con aquello en la cabeza, pensando en cómo estaría, si llovería, si justo que vuelvo tengo que ir de impermeable y paraguas, si la cancha mojada nos haría bien, o mal , si ellos son rapiditos y nosotros más matungos.
¿Crespa o común? me pregunta la mujer que me atiende con una prosodia caribeña. Me quedo mirándola, porque estoy pensando que si yo les cuento esto a los muchachos los voy a pasar de rosca cargándoles una responsabilidad que no tienen porque llevar, y me acuerdo del abuelo de uno de nuestros amigos, cuando en el cordón de la vereda contaba de una final, la final del mundo decía. El insistía porque injustamente – ahora lo sé- nosotros no éramos un auditorio privilegiado de aquel homero de otros tiempos. Queríamos jugar a la pelota, no importaba el sol, la siesta, ni el calor, y, con vergüenza hoy lo digo- escribo-escuchábamos increíblemente poco a aquel campeón del mundo. Él nos sentaba, nos frenaba, y hablaba de otros tiempos, de otros jugadores, de otro fútbol. De los cuentos de aquel viejito que había sido un muchacho, un joven, un hombre que supo atesorar para siempre la gloria de un pueblo, yo me quedé para siempre con una imagen, la de su valija – no tenían bolso, ni mochila- cargando con sus botines, la gruesa camiseta frisada, el pantalón corto y las medias. Pero más que con eso me quedé para siempre con la idea, y el sentimiento que transmitía “Cuando íbamos caminando rumbo a la cancha, sentía el peso de la valija, porque sentía que ahí iba el pueblo entero: mis padres, mis hermanas, mis vecinos, mis amigos. Ahí iba la ilusión, y los sueños de todos ellos”.
Me pase horas pensando en el partido, en nuestros jugadores, en sus sentimientos y en su natural forma de afrontar la responsabilidad de sus sueños, que ellos saben son y serán los de su familia, sus vecinos, amigos, compañeros, conocidos, rivales y hermanos.
Tengo los teléfonos de algunos de ellos, se las puertas de calle de las viviendas de otros.
¿Qué decís que les mande un whatsapp? ¿Diciendo que? ¿Que ellos son nosotros? ¿Que ellos son yo, y que sé como ponen todo, meten, y juegan con el compromiso de jugar por el pueblo?
No, no voy a hacer esa ridiculez. Tal vez un abrazo, un vamo arriba si me los cruzo.
Todo el tiempo así, trabajando, pensando, y mirando para el cielo a ver cómo iba a estar.
Cuando ya a la noche arranco para el estadio, me doy cuenta de un episodio coyuntural que refuerza, en tiempos de hacerse ver, un concepto que pretendo imponer con mis letras, con mis palabras, con mis gestos: el fútbol es uno solo y además de juego, competencia deporte, es un estado de vida que involucra muchas de nuestras expectativas, éxitos, frustraciones, fracasos del día a día que es la vida. Sucede que me doy cuenta que después del Mundial de Qatar, después del Lusail, el Campeones Olímpicos, donde todo empezó para mi, es el primer estadio que vuelvo a pisar desde Doha. De un mundial a otro, y con sentimientos, y enormes sensaciones, allá en el Mundial, acá, en nuestro mundial.
Entonces me dejo ir por la principal atraído por las lejanas luces del estadio, y cuando paso al lado de lo que fue el boliche del Chivo Romero, que ahora es un no-lugar de pueblo con una pulcra y moderna heladería de franquicia, y veo ese portal de garage en donde hace décadas dejé regada mi felicidad jugando a ser el Pato, Saco Viejo, Garrincha, el Negri Antúnez, o volando de palo a palo con un buzo verde como si fuera el Canario Pastorino me siento en el túnel del tiempo, un espacio cuántico que funde honditas y bicicletas con Tini sonando por las ventanillas de un auto más colapsado que el obispo de Minas por la Triple T, mientras esperan que Chavez les entregue su pancho en el carrito, donde suena la radio portátil con el eco de los juveniles.
Ya en la explanada del estadio me siento a ver esas decenas de niños y niñas que juegan y potrean como ya lo hice yo y miles de nosotros desde épocas inmemoriales para ellos, y espero el momento culmine. No disimulo. Me paro de espaldas a la cancha esperando que aparezcan entre nosotros su gente, y que la música de sus tapones dispare en los altoparlantes la voz de Valentin o del Canario la marcha A Florida. ¿ “Quién no ha tenido una vez en Florida una emoción”?
Pasan a mi lado con la albirroja tensa sobre sus pechos, serios, sonrientes, únicos. ¡Vamo arriba! musito, queriendo atravesar con mis ansias de dar todo , el portoncito de la gloria.
Después empiezo a subir y me voy a lo más alto de la tribuna. Somos miles pero estoy solo, y en tensión. ¡Ay , miralo al superado que sabe que el fútbol es un deporte donde se gana o se pierde y la vida sigue! Allá arriba entre las butacas que no me dejan sacar un remate franco, ni abrir mis caderas para encontrar el espacio, intento pivotar como el Tabaco, o meterle un dedazo como el Ruso, pero siento que me oprime la angustia del abismo. Si no ganamos acá se termina todo y no es justo, pero asimismo es justo porque esas son las reglas. ¿Lo entienden todos estos cientos y cientos de vecinos y vecinas que me rodean? Yo mismo no se si lo entiendo y juego con mi mentón mientras el Peti se tira a los pies, mientras Braian le pone locura contra la raya.
En un momento se me da vuelta la maquinita y creo creer que ya no aguanto más , miro la luna que es la misma de Cuneo pero mirada muchas décadas después, y me doy cuenta que nosotros estamos mirando también a la misma camiseta a los mismos vecinos, muchos, muchísimos años después desde un lugar que es el mismo pero ya no es igual y anoto:Es inexplicable la esquina de la angustia y la felicidad que promueve un partido de fútbol cuando uno siente de alma la camiseta y el orgullo del pago. #CopaOFI #Sur Un pedazo de la vida en poco más de 90 minutos. El fútbol es maravilloso.
Después mis piernas quieren correr como Kevin, y quiero llegar a definir como Braian, pero estoy sólo sentado ahí entre miles, y grito ¡Gol! y me paro para ver lo que ya no voy a ver, y aplaudirlos a más de una cuadra, y a mirar con sonrisas y alegría a quienes están jugando conmigo desde la tribuna.
Cuando termina trato de desatar la tensión de mi cuerpo, mis músculos agarrotados, por cada buen ataque de ellos, por cada dedazo nuestro, y me quedo sentado con una sensación de placidez indescriptible y única.
A la vuelta , manso, y lento escuchando la radio y los resultados de otros pueblos, vuelvo a mirar el portal de algunos de mis años felices, ya no es una puerta de garage, es una boutique, pero detrás de unos maniquies, rescato aquel niño feliz en su arcaico juego de rol haciéndose pasar por el Pato, que jugaba lo mismo que Cruyff o Pelé, y siento la dicha de la vida renovada en cada partido, en cada sueño con los colores de nuestro pueblo.
Publicado en La Diaria
