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ESTADIO

Donde todo empezó.

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Escombros Campeones Olimpicos

El estadio, y nosotros

Rómulo Martínez Chenlo

El trauma de la cuarentena, apenas si me había hecho mella. Fueron solo un par de golpes, aparentemente fáciles de neutralizar acomodando el cuerpo, y tratando de zafar.
Quiso el destino que aquella noche del 12 de marzo en el Parque Central cubriera, el que unas horas después, sería el último partido de aquel verano.
Pasó el otoño, llegó el invierno, y no solo no cubrí periodísticamente ningún encuentro, sino que tampoco miré, y obviamente tampoco jugué.

estadio campeones olimpicos

La vieja tribuna José Nasazzi,

El fútbol y la felicidad
El fútbol, ese momento de felicidad, ese recurso placentero al que se puede recurrir componiendo el recuerdo, o acomodando el futuro, quedó solo en nuestras mentes, en nuestros recuerdos.
Una de las angustias por las que pasé con la Covid-19 fue enfrentarme inesperadamente con la pérdida de una de mis utopías urbanas y seculares: siempre habrá una búsqueda de más mientras haya fútbol. Búsqueda de proyectos, búsqueda de esperanzas, búsqueda de ocupaciones, búsqueda de placer. Mi juventud, ni mi adultez, no hubiesen permitido una distopía como la de la pandemia. ¿Sería posible la inimaginable situación de que se cerrara la eterna ventana del deporte, de la competencia, del fútbol?

Tribuna Nasazzi

Foto Rómulo Martinez Chenlo

Pasó abril, paso mayo, pasó junio, y volví a la oficina.
Fui en auto ,después de meses sin manejar. Suavetongo, de ganchos abiertos, parando en cada esquina, y mirando siempre al frente. Pero cuando llegué al estadio, su indisimulable presencia a la izquierda del conductor, me llevó a otear hacia mi templo pagano. ¿Acaso saben ustedes cuanto me afectó ese nano segundo de percepción lateral? Vi que parte de la tribuna estaba demolida, que las escaleras ya no existían. Mi falta de cancha, de conducción activa, me impidió discernir si bajar un cambio, si entreparar, si estacionar. Entonces seguí y en esos 70 metros que me quedaban, para abandonar aquella imagen de toda mi vida, vi un obrador, escombros, cascos amarillos de los obreros de la construcción, vigas, encofrados, maquinaria y mucha tierra. El portón principal tapeado con puertas de madera hijas del desguace. La boletería igual. Un par de contenedores apilados, dan idea de que habrá tiempo de deconstrucción, y construcción. Dos inmensas máquinas amarillas dan crédito a la idea fugaz. Fueron 5 segundos de visión periférica orientada, de neuronas a pico y pala, hasta que dejé atrás el estadio y seguí mi camino al trabajo, al retorno a lo presencial. Fueron 2 horas de concentración, en la ruta, en los otros autos, pero con la gota que me horadaba el alma de aquello, que había advertido circunstancialmente, y nadie me había avisado. Una sensación rara, no debidamente profundizaba que oscilaba entre la emoción de sentirse traicionado, y la razón de la generación de nuevas y buenas expectativas. Todo el día así , entre barbijos, coditos, alcohol en gel, y DFS, pero con una sensación de desengaño y expectativa que no me la pude sacar de encima. De noche al desandar el camino, no quise acercarme, no quise desentrañar en aquella figura majestuosa y golpeada, fantasmas con los que no podría lidiar, y seguí de largo casi como si no existiera. Me prometí que volvería. Me prometí una cita para hacer terapia entre el estadio y yo.

Obras Campeones Olimpicos

Foto Rómulo Martinez Chenlo

Llegué de mañana, antes del mediodía. Sé que exageré, pero lo tenía que hacer. Inicié el rito desde la casa donde viví mis primeros días, desde donde fui cuando lo conocí, y fui modificando el camino para salir simultáneamente de lo de mi abuela materna, de lo de mis abuelos paternos, de lo de mis tíos, de todos los lugares desde donde había iniciado la forja de aquella relación inextinguible mientras estuviéramos los 2.
Llegué por la calle principal, abierta y despejada, que permite a 3 cuadras anticipar las emociones, recrear las vividas, y planear las que vendrán, avizorando su muro, sus rejas, su tribuna, y la cancha.

Cuando estuve frente a él confirmando lo que no precisaba confirmación, apreté fuerte mis manos en el alambre entre cruzado, preso de mi pasado, y otra vez volví a sentir el puñal de la traición. ¿Por qué? ¿Por qué estaban modificando mi vida sin derecho a poder guardarme adecuadamente mis últimas emociones vividas ahí? ¿Cuál habría sido mi último gol, mi última puteada, mi último mate en aquel estadio que ya nunca más volvería a ser el que fue para mí, y que sin embargo ya era cuando yo fui por primera vez?
¿Cuál había sido el último partido al que había ido? ¿Cuál la tensión antes de aquel córner? La conversa, con mis hij@s, con mis amigos? Más allá de los caminos del ser y el devenir, había una historia que había terminado y me sentía traicionado.

Ahí, en ese estadio, en esas tribunas, en aquel cemento había comenzado mi vínculo imperecedero con el fútbol. Ahí había empezado mi historia de hincha, de mi afición por ver fútbol, por emular a aquellos jóvenes o añosos cracks, uniformados y con olor a linimento.

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